lunes, 17 de abril de 2017

Sobre el determinismo

 Hay un chiste de esos típicos de internet según el cual dos causas de la Primera Guerra Mundial son "la función de ondas del universo" y "las condiciones de contorno del universo".

Parte de la idea de la broma es la referencia a esa perspectiva, no muy popular, de que absolutamente todo lo que existe y acontece está determinado necesariamente por el funcionamiento de las leyes fundamentales de la naturaleza, sean éstas las que sean. Desde este punto de vista, que podríamos llamar determinismo radical, cada cosa que sucede en el mundo, incluso el más pequeño detalle, no es sino una consecuencia matemática de unas leyes ineludibles. La complejidad de esas leyes -o, por lo menos, nuestra capacidad de aplicarlas a sistemas grandes-, siempre se asume, claro está, como un factor limitante insuperable que hace que, en la práctica, jamás vayamos a disponer de ese poder predictivo infinito. Sin embargo, la noción filosófica de que todo está ya predestinado, aunque no podamos saber exactamente de qué manera, es sin duda muy potente. 

Esta visión de las cosas, que puede pensarse como un optimismo cientifista, viene del triunfalismo típico del racionalismo de la Ilustración. La mecánica newtoniana tuvo éxitos brutales como herramienta predictiva y explicativa en el campo de la Astronomía y la Mecánica Celeste, y la exactitud y precisión de las Matemáticas y la Astronomía de la época, algo muy nuevo, era una de las cosas más impresionantes que había logrado hacer el Ser Humano hasta el momento. El optimismo subsiguiente, claramente justificado, llevó a David Hume a decir que, desde ese momento, las Ciencias Humanas y Sociales debían hacer lo posible por imitar el modelo de la Mecánica y llegar a un estado parecido al de ésta. 

El progreso en Matemáticas, Astronomía y Química llevó, ya en el siglo XVIII, a una concepción epistemológica que en el siglo XIX se arraigaría aún mucho más profundamente: El realismo puro o realismo ingenuo; es decir, esa visión de que las teorías científicas nos permitían un conocimiento exacto de la realidad y que el conocimiento consistía en realizar representaciones y construcciones mentales que fuesen isomorfas a la realidad extramental. Ésta era sin duda la filosofía de la ciencia de grandes científicos como Laplace o Lord Kelvin. Precisamente Laplace fue uno de los matemáticos más hábiles de su época y llevó la capacidad matemática de la ciencia de la Mecánica mucho más allá de lo que el propio Newton había logrado, de modo que se le puede considerar, en gran parte, uno de los principales responsables de la radicalización del optimismo racionalista que siguió a la Ilustración

                                          Laplace; quien ya sabía que esta imagen iba a acabar aquí

Laplace, seguramente bastante entusiasmado con sus propios descubrimiento, se convirtió en un símbolo de ese determinismo radical que el racionalismo ilustrado había motivado. Quizá uno de los pasajes más citados de todo lo que han escrito el conjunto de todos los matemáticos a lo largo de la historia sea aquél, en su Ensayo Filosófico sobre de las Probabilidades, que dice:

Una inteligencia que en un instante dado supiera todas las fuerzas que actúan en la naturaleza y la posición de cada objeto en el universo - si estuviese dotada de un cerebro suficientemente vasto para hacer todos los cálculos necesarios - podría describir con una sola fórmula los movimientos de los mayores cuerpos astronómicos y los de los átomos más pequeños. Para tal inteligencia, nada sería incierto, el futuro, como el pasado, serían un libro abierto
En este fragmento, Laplace expresa su convencimiento de que, aunque los cálculos necesarios sean inimaginablemente complicados, y aunque nos falte una inmensidad de datos experimentales como para disponer de las necesarias "condiciones iniciales", en última instancia toda la experiencia se deriva por necesidad matemática de las leyes básicas de la naturaleza de una manera tan inevitable como las trayectorias planetarias que los astrónomos podían derivar de las leyes newtonianas mediante el análisis matemático. Hay un cambio cuantitativo, una escalada colosal en complejidad, pero cualitativamente nada ha cambiado: hay unas leyes básicas, que los ilustrados y los realistas ingenuos del XIX estaban bastante seguros de estar descubriendo en su totalidad, y a partir de ahí sólo queda lo inevitable, lo necesario. Esto es lo que se llama Determinismo Nomológico: la idea de que cualquier momento del tiempo determina el pasado y el futuro en su totalidad a través de lo que dictan unas leyes rígidas. O eso pensaban entonces. Se trata de una cosmovisión muy platónica, puesto que presenta una visión del conocimiento como un constructo perfecto y sin defectos, cuya única fuente de discrepancia con la realidad, así como las limitaciones de su aplicabilidad, no son sino fruto de las imperfecciones e incapacidades humanas. 

Cuenta una anécdota que Laplace, feliz de haber podido calcular detalles de las órbitas que se le habían resistido a Newton -quien había achacado esos aparentemente incalculables detalles a la intervención divina- fue interrogado por el mismísimo Napoleón acerca de por qué no hablaba de Dios en su libro de Mecánica Celeste. Laplace, orgulloso, respondió: "Señor, no he precisado tal hipótesis".  El Materialismo había terminado de asentarse en el Mundo. Y la culpa, sin duda, era de las Matemáticas.




La versión más radical del determinismo es su extensión al mundo de las acciones humanas. Si se sigue de manera lógica las implicaciones del materialismo, tenemos que aceptar que los pensamientos y sentimientos son, al fin y al cabo, manifestaciones macroscópicas de la dinámica microscópica de nuestras neuronas y sus conexiones, que están al fin y al cabo formadas por átomos sometidas a las mismas leyes fundamentales a las que se encuentran sujetas los átomos que conforman los cuerpos astronómicos. ¿Debido a qué, entonces, podríamos pensar que nuestra conciencia, por mucha conciencia que sea, puede tener más suerte eludiendo la necesidad que Júpiter o sus lunas? Sin duda, los sentimientos y pensamientos humanos son la cosa más compleja que existe en el universo, y nadie alberga, ni siquiera Laplace, creo yo, ninguna ilusión reduccionista al respecto, lo cual sería absurdo. Sin embargo, eso no quita validez a la reflexión de que, en última instancia, cada pensamiento, cada acción y decisión que tomamos, estaba ya implícita en el mismísimo momento del Big Bang como una consecuencia matemática de las leyes fundamentales que rigen el Universo. ¿No...? Como si de un pueblecito galo resistiendo todavía y siempre al invasor se tratase, el mundo de las acciones humanas parece que se ha resistido con mucho éxito a las perspectivas deterministas propias del Materialismo y el Cientifismo radical. No está claro que pensaba Laplace al respecto, aunque es probable que él negase en efecto rotundamente el Libre Albedrío. Pero está claro que comunmente no se tienen muchos reparos en conciliar el Materialismo con la creencia en el Libre Albedrío -aunque no está para nada claro, en mi opinión, cómo se justifica esa conciliación-. Esa idea, extraña y chirriante en el contexto del Materialismo, de que el Determinismo y el Libre Albedrío pueden convivir es lo que se ha llamado Compatibilismo

Varios compatibilistas argumentan, sin embargo, que el Materialismo no puede dar una perspectiva completa del Mundo, y que son precisamente esos elementos no materiales que forman una parte esencial del Universo los que dan cuenta de cómo el Libre Albedrío y el Determinismo Nomológico laplaciano pueden ser ambos ciertos al mismo tiempo. El determinismo "duro",  por otra parte, parece la consecuencia lógica de la combinación de Materialismo y Determinismo causal, y es probablemente la postura que habría defendido Laplace. Especialmente divertido, y que da un poco de rabia, es la postura de la esquina inferior izquierda en la imagen arriba, el Incompatibilismo Duro. Por cualquier razón, se rechaza el Determinismo pero, más importante, se cuenta que esto es irrelevante para la cuestión del Libre Albedrío, pues nuestras acciones y decisiones tienen un componente de aleatoriedad que no somos capaces de controlar.
Tantas decisiones.... ¿pero somos libres para tomarlas?


El Mundo y el conocimiento, claro está, han cambiado mucho desde los siglos XVIII y XIX. El comienzo del siglo XX vió dos revoluciones científicas, la Relatividad y la Cuántica, que cambiaron de manera profundísima la Ciencia. Estos cambios trajeron consigo además cambios de paradigma muy pronunciados no sólo en las Ciencias, sino también en Epistemología. El realismo ingenuo de Lord Kelvin o Kirchoff murió definitivamente para dar paso un Instrumentalismo incipiente, en el cual las teorías científicas se consideraban como instrumentos de descripción de la realidad con poder predictivo. Las ecuaciones y fórmulas de las teorías ya no son cosas isomorfas al mundo exterior, no son descripciones perfectas de la naturaleza en su lenguaje esencial, como les habría gustado a Galileo o a Kepler, sino aproximaciones muy buenas a la realidad en ciertos contextos donde se pueden contrastar. 

La revolución cuántica supuso un repensar el Determinismo causal. La incertidumbre no era ya una mera referencia a la ignorancia humana, sino una característica esencial de la descripción más profunda y exitosa que tenemos de la realidad atómica y subatómica. Sin embargo, ¿se puede decir de algún modo que la Cuántica invalide el Determinismo, en concreto ese Determinismo laplaciano del que hemos hablado todo el tiempo? Las ecuaciones básicas de la cuántica son deterministas en sí -de hecho, no recuerdo que haya ninguna ley que se considere "fundamental" que sea de naturaleza estocástica-  y el indeterminismo surge en el proceso de medir y acceder a la información del estado del sistema siendo medido. ¿Se puede entonces seguir manteniendo esa idea de que todo lo que acontece se sigue de manera matemática y necesaria de leyes fundamentales y que ya estaba implícito y destinado a ocurrir desde el origen del Universo? Claro que, por otra parte, si se argumentara que no es así, se estaría razonando que hay una aleatoriedad esencial en el funcionamiento del Mundo, lo cual no tiene ningún impacto sobre la negación del Libre Albedrío. Desde un punto de vista materialista, pues, es controvertida la validez del Determinismo. Pero lo que no parece razonable es la defensa del Libre Albedrío: O bien todo está predeterminado, en sentido laplaciano, o bien la aleatoriedad indeterminista -¿cuántica?- es una característica esencial del Universo que, en particular, afecta -quizá- a nuestras neuronas y a nuestro cerebro. En cualquier caso, puesto que no tendríamos poder alguno sobre esa aleatoriedad, no tiene sentido la noción de "decidir algo". Como dijo el siempre alegre y lleno de vida Schopenhauer, "Podemos hacer lo que queramos, pero no podemos querer lo que queramos". A ver si va a tener razón esa gente del Incompatibilismo Duro y voy a tener que ir a partirles las piernas. Total, no soy libre de no hacerlo. ¿O sí?