NOTA PREVIA: Si le van los artículos serios,
abstenerse de leer los paréntesis, que están ahí para agilizar la lectura del
público no entendido en la materia
Si hubo una época decisiva para la
cultura mundial, incluida la española (si señores, ¡por una vez estamos dentro!
¡Oe, oe, oe!), fueron las primeras décadas del siglo XX. Un progreso
tecnológico, cultural y científico que puede ser definido como el momento en el
cual, la humanidad dejó de ser un niño para convertirse en un adulto.
Conscientes de que ocurre no sólo en su mundo, si no en su universo. Pasó a
decidir sus propias normas y reglas. Se emancipó, de alguna manera, de la
naturaleza y el orden, que hasta entonces eran los que mandaban. Ya no vale hacer
frescos de bodegones y flores. Hay que pintar lo intangible, las emociones, o
incluso el tiempo y el espacio (es lo guay del cubismo, que puedes ver cuántas
perspectivas quieras del objeto a la vez, y ya hablaré del caso especial del
¡cuadro de 5 dimensiones! ¡Chúpate esa James Cameron, que tu Avatar solo era de
3!)
En nuestro país destacó la pintura
(Miró, Dalí, Picasso,…) y en literatura (generaciones del 98, 14 y 27) Pero en
otras cosas se quedó muy cojo, e incluso en las citadas, los artistas tuvieron
que emigrar y su mejores obras se dieron en el extranjero.
La arquitectura no tuvo sus mejores
exponentes en el sur de Europa. Italia, con el régimen fascista, vio la
arquitectura moderna tornada con un aire monumentalista (aún así esto es muy
curioso, pues en el resto de dictaduras conservadoras, el arte se volvió
conservador. En Italia los fascistas hacían arte moderno, la resistencia, arte
Noveccento, con esperpéntico resultado, ¡más aún que en la película homónima!) Los
otros países del sur eran demasiado pobres y estaban arruinados. España se
intentó subir al carro del norte, pero le pilló la guerra.
El norte era el que mandaba, en especial
Alemania (cómo no…) Un grupo de personas cambió la arquitectura de arriba a abajo.
Se modernizó, con lo bueno y lo malo que ello conlleva. En los años 20 se
organizaron congresos internacionales de arquitectura (CIAM) donde eminencias
de la profesión se reunieron y debatieron sobra hacia donde tenía que tender la
arquitectura. Antes de eso, ya Gropius, Mies y Le Corbusier habían marcado una
nueva forma de hacer arquitectura, muy consecuente con la evolución de los
materiales y con el contexto cultural de la época.
A nuestro país tardó en llegar, y fue, a
través de lo que el arquitecto Carlos Flores López denominó: la Generación del
25, que inventó este nombre no para unos artistas, sino para el espíritu de
unos arquitectos.
La Generación del 25 no se puede
entender como una generación definida y concreta, ya que, a diferencia de la
generación del 27 (movimiento en el que algunos autores encajan a la del 25) no
surgió como algo organizado por un hecho concreto. Más bien fue un cúmulo de
intenciones por parte de unos arquitectos de principios de siglo, casi todos
ellos vinculados a la Escuela de Arquitectura de Madrid (la ETSAM, casa de un
servidor) de adoptar esta nueva corriente e integrarla, a poder ser con el
estilo propio del lugar. No olvidemos queridos lectores, que el arte no es como
la ciencia, que es un “saber” atemporal y ageográfico. El arte tiene un lugar y
un momento, si no, está renunciando a su condición humana, algo de lo que se
libra la ciencia (para bien y para mal) y que algunos de los miembros del CIAM
no supieron entender.
Esta arquitectura propia de un clima de
rebeldía tiene como principales exponentes el Rincón de Goya en Zaragoza
(considerado el primer edificio propiamente moderno de España), La Gasolinera
de Petróleos Porto Pi (Imagen) y los Albergues de Carretera (Actuales
Paradores). Mientras que los principales exponentes fueron Fernando García
Mercadal, Juan de Zavala, Rafael Bergamín, Luis Blanco Soler, Luis Lacasa
Navarro, Agustín Aguirre, Eduardo Figuerroa y algunos “entendidos” meten a Luis
Gutierrez Soto, del que hablaremos después. También se han incluido a veces a
gente cercana a los citados pero con gran diferencia de edad frente a estos como
el gran Secundino Zuazo (La Casa de las Flores). Vamos a analizar a unos pocos
y a la GATEPAC (El resto son también recomendables y les recomiendo que busquen
sobre ellos)
Fernando García Mercadal fue el mayor
exponente del movimiento. De familia burguesa, estudió en la ETSAM donde tuvo
un expediente brillante por su enorme conocimiento sobre la arquitectura
historicista. Este conocimiento le llevo a Italia y de allí fue al norte a
conocer al arquitecto de la Bauhaus Peter Behrens, el cual le “convenció” de
hacia dónde debía de tender la arquitectura. Este, volvió a España convencido y
publicó en una revista el que está considerado el “manifiesto de la
arquitectura moderna española” (Los manifiestos eran el curriculum vitae de la
época, todo el mundo se hacía el suyo. Tan bueno no sería, cuando los únicos
que los han conservado, hoy en día, son los partidos políticos e Ikea)
Su gran obra, el ya citado Rincón de Goya. Esta gran e
infravalorada obra es un ejemplo perfecto de arquitectura moderna, pero conserva
un toque regional que la hace única. El estilo internacional, deja de serlo (¡Y
en 1928!). Con formas volumétricas muy lecorbusierianas, integra paramentos de
ladrillo como elemento de arquitectura popular, regional y económica. Parece
que esto de primeras choca con el movimiento moderno. No es si no mentira, el
propio Le Corbusier usaría ladrillos y bovedillas posteriormente, con salirse
de la modernidad. La ruptura con “lo clásico” no era total, lo lógico era
conservar elementos populares, que casi siempre eran más pragmáticos
(curiosamente los seguidores acérrimos del movimiento moderno posteriores,
sobre todo los actuales, solo cogieron la etapa purista de los CIAM, algo
totalmente absurdo). El edificio está levantado con estructura de hormigón y
muros de ladrillo revocados y cubierta plana. Consta de tres cuerpos de alturas
y espacios desiguales, reflejando su disposición interna. Un cuerpo bajo y
corrido unifica todos los volúmenes gracias a un pórtico adintelado que se
rompe en el punto de acceso, o mejor dicho, se rompía. El edificio ha sido
modificado y maltratado hasta el extremo (¡en ese tipo de cosas, España nunca
falla!)
Posteriormente Mercadal trabajaría para
Zuazo (que un arquitecto trabaje para otro después de haber hecho una gran obra
es impensable hoy en día, si hubiese sido de la quinta de los 70-80, le
teníamos en la ETSAM exponiendo su ego con un jersey negro de cuello alto y
unas gafapasta (y seguramente no haría otro proyecto en años)). Fundaría,
además de la Asociación de Amigos de la Unión Soviética, la GATEPAC, de la que
hablaremos ahora. Fue invitado también a los CIAM y consiguió que Le Corbusier
diese una serie de conferencias en la residencia de estudiantes de Madrid (en
plena generación del 27). Tras la guerra cometió el triste error de no emigrar
(si lo hubiese hecho, quizás se le estudiaría en las escuelas de arquitectura)
y se quedó en España, sin título, por su condición de comunista. Apenas volvió
a ejercer la profesión y nunca volvería a ser de manera destacada.
El GATEPAC (Grupo de Artistas y Técnicos
Españoles para el Progreso de la Arquitectura Contemporánea) se fundó, en 1930,
con el objetivo de ser la rama de los CIAM en España y promover la arquitectura
moderna. Fundado por José Manuel Aizpurúa, Bonet i Castellana, Mercadal y Josep
Lluís Sert entre otros, tuvo una gran actividad, en especial en los años de la
Segunda República, donde el contacto de algunos miembros con el gobiernos les
permitió realizar proyectos para el estado. Su principal actividad (y legado) fue
sin embargo la revista A.C. Documentos de Actividad Contemporánea. Tuvo tres
secciones la catalana (GATCPAC, el más activo de los tres), la del norte
(principalmente vasco) y la del centro (localizado sobretodo en Madrid). La
victoria del bando nacional obligó a exiliarse a la mayoría (Sert fue a EEUU y
logró cátedra en Harvard). Su legado fue censurado por el régimen hasta los 50,
que fue rescatado del olvido por el gran Oriol Bohigas.
Uno de los miembros del GATEPAC que
también tuvo que exiliarse fue Rafael Bergamín Gutiérrez. Malagueño de
nacimiento, su obra se desarrolló especialmente en Madrid. Tertuliano muy
habitual de la “Sagrada Cripta del Pombo” de Rafael Gómez de la Serna. Colabora
con Luis Blanco Soler (también de esta generación) en la realización de obras
en La Ciudad Universitaria. Su mejor obra, sin duda, es la Casa del Marqués de
Víllora (1928) en Madrid, otro de los grandes ejemplos de arquitectura moderna
española, pero con un toque menos frío y más humano que los que se realizaban
en otros países.
La otra gran obra de este movimiento que
nos falta por analizar es la gasolinera de Petróleos Porto Pi (1927) de Casto Fernández
Shaw. No entraré a analizar el significado que muchos le asignan a la torre de
“homenaje a una torre vigía por sus adornos referenciados” porque es algo muy
rebuscado y casi ridículo. La torre sí que forma parte de un conjunto bien
cohesionado y construido, con un sistema constructivo de losa que vuela en
todas direcciones impecablemente ejecutado. La gasolinera fue derribada por
CAMPSA, pero, por suerte el ayuntamiento les obligó a reconstruirla tal y como
estaba, algo que se cumplió a medias (¡This is Spaiiiiin!)
Todos estos arquitectos tuvieron a un
profesor en común: Secundino Zuazo, una auténtica leyenda en la Escuela de
Madrid (el Oiza de la generación pre-Arana, los que hayan estudiado allí me
entenderán perfectamente). Arquitecto y urbanista, empezó en 1912 a hacer
edificios historicistas de corte romántico (para los no puestos en la materia,
es el estilo en el que trabajaba Gaudí). Acaba impregnándose de los cambios que
empezaban a surgir en el resto de Europa y ya en los años 10, antes que la
época “clásica” del Movimiento Moderno, empieza a adoptar principios
racionalistas, pero tambien vinculados a lo económico y lo popular, logrando
conjuntos interesante y novedosos, más por su extrema sencillez que por otra
cosa. En 1932 realizaría un hito de la arquitectura madrileña, la Casa de las
Flores. A caballo entre el lenguaje racionalista y el popular, incorporaba
muchos elementos con criterios meramente pragmáticos, simples y muy eficaces,
entre ellos un patio central que se procuró que se conservara (al contrario que
en casi todas las manzanas de Salamanca y Arguelles) y una terraza habitable,
con zonas porticadas para fiestas de vecinos con vistas a la capital
(emborracharte en las alturas y en un edificio mítico es una cosa “mu buena”)
Si viven o pasan por Madrid no olviden ir a visitarlo, e intenten colarse
dentro probando suerte en los telefonillos (la mayoría de sus habitantes son
arquitectos y no les importará).
Posteriormente colaboró con el gran
ingeniero (sí, un ingeniero y un arquitecto colaborando… snif… en aquella época
cada uno respetaba el trabajo del otro…) Eduardo Torroja (para los infieles de
la arquitectura, el abuelo de Ana Torroja, cantante de Mecano) en uno de los
mejores edificios de la época, el destruido Frontón Recoletos (ya hablaremos de
él en otra entrada). Antes de la guerra, inició los Nuevos Ministerios. Pero le
pilló la guerra y estos se finalizaron con otro arquitecto que introdujeron
elementos típicos de la arquitectura fascista y hitleriana. Cuando regresó a
España, muchos años después, se centró en el urbanismo y diseñó el trazado de
la Castellana.
Ya que hemos comentado un caso
particular, que forma parte de la generación del 25 por los pelos (ya que se
saldría por la edad), hablaremos de otro caso particular, Luis Gutiérrez Soto.
Este arquitecto madrileño empezó como un gran representante del racionalismo (o
modernismo, como ustedes prefieran) en nuestro país. Suyos son el cine Callao
(1926), el cine Conde Duque (1926), el cine Barceló (1930, actualmente es la
discoteca Pachá (ahora sí que os suena, ¿eh, pillines?)), el cine Montera, cine
Atocha,… Se le conocía por todos ellos: “el arquitecto de los cines” (¡que
derroche de originalidad!). También realizó en esta época el primer Aeropuerto
de Barajas (1930) y la mítica piscina de la Isla del Río Manzanares (1931, desaparecida,
en Príncipe Pío, lo más parecido a una playa que ha tenido Madrid capital).
Gutiérrez Soto, al contrario que la
mayoría de sus colegas arquitectos fue del bando nacional. Tras la guerra,
absorbió las ideas del régimen (de forma que llegó a ser más franquista que
Franco) y se desvinculó del movimiento moderno para empezar a realizar obras de
corte herreriano (de Juan de Herrera, arquitecto del Escorial. Sí amigos, con
Franco se retrocedió casi 5 siglos,… y eso no hay pantano que lo justifique…) y
realizó el Ministerio del Aire (el adefesio que vemos todos los día en Moncloa…
esos edificios son más recientes que Pachá… a mí también me cuesta creerlo…).
Se afilió a falange y se codeó con la alta sociedad de la época (un Joaquín
Torres del momento). A mediados de los 50, volvió el movimiento moderno entre
las nuevas generaciones de arquitectos y Soto volvió a sus orígenes artísticos
(ya sabéis lo que se dice, lo mejor es ir “por el camino que se vea más
trillado”)
Hasta aquí nuestro pequeño acercamiento hacia una generación que desgraciadamente no ha tenido el reconocimiento que se merece (ni si quiera dentro de la profesión donde se cogen pequeños matices sueltos, en vez de entender el conjunto en su época) ni probablemente lo vaya a tener. Pero no se puede entender la arquitectura que vino después sin este pequeño acercamiento al racionalismo que se hizo en los años 20-30 y que aunque no estuvo a la altura de sus homólogos europeos, si que tuvo pequeños matices que adelantaban lo que iría a pasar muchas décadas después (por una vez que vamos por delante, ¡no nos damos cuenta!)
Escrito por RyR para el blog Las Dos Sombras
Muy ameno, interesante e informativo. Gracias!
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