martes, 20 de septiembre de 2016

Sobre la verdad

SI yo comenzara este escrito afirmando que la Tierra gira alrededor
del Sol, posiblemente no sorprendería ni alarmaría a nadie: hoy en
día casi todo el mundo concedería que tal enunciado es verdadero.
Si, por el contrario, comenzara afirmando que es el Sol el que gira
alrededor de la Tierra, las mismas personas afirmarían que el
enunciado es falso. Hay toda una gama de enunciados intermedios que,
si bien no se catalogarían de "indudablemente verdaderos" o
"indudablemente falsos", sí pueden ser calificados de "probablemente
verdaderos", "muy posiblemente verdaderos", o lo que sea. De hecho, estrictamente hablando, posiblemente lo correcto sea considerar que sólo hay un tipo de enunciados que sean susceptibles de ser absolutamente verdaderos en nuestras mentes: Aquellos expresando relaciones lógicas de ideas o hechos matemáticos. Se podría argüir que la enunciación de un estado personal -alegría, tristeza, etc- también se presta a la certeza, pero sin duda se trata de un tipo de enunciado radicalmente distinto, en tanto que tiene cierta relación con la realidad material. Además, los términos que aparecen en esos enunciados no están del todo bien definidos y responden a realizaciones lingüísticas de nuestra manera falible y simplista de percibir una realidad que las palabras no pueden llegar a modelizar de manera absolutamente exitosa. Aquí reside en esencia la singularidad de los juicios matemáticos y lógicos: en el hecho de que en ellos todos los términos involucrados están definidos con total precisión y en que están completamente desconectados de la realidad.

Así pues, ningún enunciado que no sea de tipo lógico/matemático puede prestarse a la certeza total. No obstante, eso no quiere decir que fuera del dominio de la lógica reine el caos total y no podamos aspirar a ningún conocimiento. Sobran los argumentos elaborados, puesto que la intuición más cotidiana ejemplifica que somos muy capaces de pensar en que algo es "verdad" y que algo es "mentira". Por ejemplo, si recién despertado, desde mi ventana, veo  a varias personas pasear con un paraguas en la mano, será lógico inferir que poco tiempo antes estaba lloviendo. Siendo un poco imaginativos, podríamos plantear la hipótesis de que ha habido una convención de amantes de los paraguas, o quizá que todas aquellas personas a la vez se equivocaron al sacar el paraguas de casa. Hay cantidad de hipótesis planteables (estrictamente, infinitas), pero, sin entrar por ahora en detalles y dejándonos llevar por la intuición, creo que hay un consenso global en que lo más "racional" (olvidándonos por ahora de cualquier definición rigurosa de este epíteto y dejándonos, de nuevo, llevar por la intuición) es pensar que, en efecto, minutos
antes había lluvia en las calles. Esto no quiere decir que yo estuviera dispuesto a apostar mi vida a favor de esta hipótesis (¡demasiado riesgo!); pero probablemente gustosamente apostaría una cantidad moderada de dinero, convencido de que "muy probablemente" acabaría ganando.


Este enfoque del tipo "teoría de juegos" (¿qué apostaría a favor de una hipótesis? ¿cuánto?) da una idea clara de que, cuando hay una reflexión de por medio, nuestra noción de que algo sea verdad es una noción de naturaleza probabilística. La "Verdad", por lo tanto, no es un valor binario; no es una variable booleana que se asocie como unos y ceros a los enunciados sobre el mundo que nos rodea. Más bien, se trataría (en caso de que una cuantificación fuese posible, lo cual, evidentemente, no es el caso) de una variable continua, que podría tomar (y aquí me voy a permitir elongar aún más el símil lógico-aritmético) cualquier valor entre 0 y 1.

Esto no es nada esencialmente nuevo; la concepción del adjetivo "verdad" en la práctica científica se entiende así desde hace tiempo: Yo no voy a decir que sea imposible encontrar los huesos de una gallina en los estratos del precámbrico, pero sin duda lo juzgo altísimamente improbable y vivo como si en efecto fuese imposible, ya que mi racionalidad teórica me ha conducido a "creer" en la Teoría de Evolución por Selección Natural. De manera similar, "vivo como si" la Teoría Cuántica o la Relatividad fuesen totalmente ciertas, a pesar de que me consta que en última instancia son modelos parciales -¡eso sí, aterradoramente exitosos!- de la siempre evasiva realidad. En efecto, y como dijo el Nobel Frank Wilczek, "lo imposible es muy improbable que ocurra". De nuevo, la idea de la teoría de juegos vendría muy al caso. ¿Por qué me convendría apostar, en general? La respuesta detallada conduce a la elaboración del método científico. Si tengo que apostar sobre una propiedad de una reacción química, haré mi apuesta basándome en cálculos mecanocuánticos. Aún cuando no conozca los detalles técnicos de cómo llevar a cabo esos cálculos, el saber acerca de la cantidad de predicciones exitosas realizadas en el contexto de la teoría cuántica, o de la tecnología, como los transistores, que se ha desarrollado gracias a una comprensión profunda de la física a esas escalas, haría que me decantase por esa prestigiosa y contrastada teoría a la hora de hacer mis apuestas. En definitiva, haré mis apuestas basándome en métodos que han resistido los intentos de falsación y que han probado su poder explicativo y predictivo de fenómenos observables en la realidad. 
 
 
Siguiendo con las intuiciones sobre lo que es la verdad para los humanos, es interesante notar que, desde niños, acontece en nuestros cerebros de forma natural el fenómeno psicológico de que desarrollemos una intuición sobre el significado del término "verdad". Es tan sólo lógico suponer que esta capacidad que desarrollamos de reconocer de manera instintiva "verdades" es un resultado biológico de la lenta acción de la evolución sobre las mentes. Esto ocurre también con los animales a muchos niveles. Por ejemplo, un bebé aprendé rápidamente a un nivel instintivo que si deja de agarrar un bolígrafo con los dedos, éste irá hacía el suelo, y no hacía la pared o hacía las paredes. Esta trivilidad encierra en realidad un hecho bastante asombroso: Que la evolución ha conducido a seres capaces de realizar predicciones sobre qué va a ocurrir en el mundo a corto plazo. Cuando crecemos, no tenemos una noción tan absolutista de la verdad sobre gran parte de las cosas de la vida. 
 
 Es esto lo que nos lleva a pensar en intentar definir algo que podríamos llamar "Valor de Verdad". Este Valor de Verdad (VdV, a partir de ahora) es una característica abstracta, puramente mental, artificial y auxiliar que puede, potencialmente, aplicarse a cualquier enunciado sobre la naturaleza del mundo o sobre las relaciones que se establecen entre sus constituyentes. Sería una suerte de medida de  cuán "acertado" es un cierto enunciado o complejo de enunciados; es decir, cuál es el "valor intrínsico" de estos. El VdV es, por supuesto, algo meramente intuitivo, pero cuya utilidad conceptual está clara desde la noción probabilista que estamos defendiendo aquí -tanto a un nivel epistemológico como a un nivel psicológico-. Para defender la creación y utilidad del VdV, nos basamos de manera crítica en tres aspectos:

1) La noción no-binaria (difusa o continua, si se quiere) del
concepto de "verdad"

2) La intuición sobre la naturaleza probabilística del concepto de "verdad"

3) La Teoría de la Correspondencia como base para definir la noción
de "verdad"

El último punto es delicado, pues hasta ahora no lo habíamos mencionado y es, en realidad, la motivación original para definir el VdV. La idea de la Teoría de la Correspondencia es, en principio, muy simple: Los enunciados (o complejos de enunciados) sobre hechos o propiedades tienen un valor íntrinseco en términos de la relación de correspondencia que tienen con las realidades extramentales a las que hacen referencia. Dado un cierto enunciado, si los términos que aparecen en él están correctamente definidos, éstos expresan cierta disposición material de unos hechos y relaciones materiales concretos. Por otra parte, los objetos extramentales representados por los elementos del lenguaje que les nombran en el enunciado en cuestión, tienen a su vez una cierta disposición material y relacional que es completamente extramental. De aceptarse esto, creo que debe de haber un consenso global sobre que estas disposiciones materiales concretas son incapsulables en lenguaje alguno. No obstante, el lenguaje, como representador de esas realidades extramentales, lleva a cabo -a través del enunciado- un modelo sobre cómo son unos ciertos hechos y sus relaciones. Para ser más claros: En la realidad extramental, contaremos con unos objetos materiales A,B,C,... y unas ciertas relaciones entre ellos, R,S,T...  El
lenguaje, a través de unos enunciados, construye unos objetos a,b,c.... y unas ciertas relaciones entre ellos r,s,t.... Entre ambos complejos de objetos/hechos/representantes y relaciones, existe a su vez una relación, que, si bien en último término es innacesible en todos sus detalles, es la que idealmente nos daría una noción precisa de cuán acertado y valioso es el enunciado (o enunciados) que queremos valorar.


El estudio de la relación de correspondecia se puede llevar a cabo
en imitación del proceder científico más elemental: El de utilizar
nuestros sentidos para corroborar la existencia o no de ciertas
propiedades y hechos expresados por el lenguaje. Es, por supuesto,
un debate difícil si esto puede conseguirse para cierto tipo de
enunciados. Sin embargo, esto no cambia el hecho de que sea la
asignación de VdV a los enunciados mediante procedimientos de
contrastación aquello a lo que debamos aspirar al intentar generar
cierto conocimiento sobre la forma de ser de la naturaleza y el mundo.

Hay que insistir, también, y a fin de evitar malentendidos, que las
relaciones de correspondencia son sólo parciales, debido a los
siguientes tres motivos:

1) Las relaciones materiales extramentales son, como hemos dicho, en
último término inefables e imposibles de determinar con todo detalle

2) En los enunciados (salvo casos muy específicos, como los
estrictamente científicos o lógicos) siempre hay cierta vaguedad en
los términos utilizados. Es imposible contar con un lenguaje
completamente preciso (¡un tal lenguaje sería infuncional, como
señalaba Karl Popper al atacar los impulsos de excesiva claridad
analítica de algunos filósofos!)

3) Los procedimientos de contrastación e investigación de las
relaciones de correspondencia son falibles y siempre sujetos a
revisión.


Sin embargo, estos hechos, que simplemente reafirman la infinita
complejidad de la noción de "verdad" y de la relación del lenguaje
con el mundo extramental, no supone la derrota total y la caída en
el escepticismo radical. Si nos perdiéramos en la filosfía sin más,
quizá sería tentador seguir ese camino. No obstante, hay toda una
tecnología basada en la ciencia que nos recuerda que, por
presuntuosamente derrotista que queramos ser al hacer filosofía, al 
final hay ciertos conjuntos de enunciados que, de algún modo u otro,
tienen más valor y se acercan más a la "verdad". De no ser así,
¿cómo se explica que se hagan predicciones y se construyan
ordenadores? Por lo tanto, existe de manera innegable la fortísima
intuición de que debe ser posible hablar de qué es verdad,  y de
cuándo un enunciado es más verdad que otro. Y si esto es así para la
electrónica o para la cirujía, ¿por qué no suponer que va a ser así
para un género mucho más amplio de enunciados, aún cuando la
realización concreta de determinar qué enunciados son los más
valiosos sea en último término una empresa irrealizable?

Por supuesto, en ningún momento queremos defender la absurda
creencia en un algoritmo para poder valorar ideas. La discusión
previa simplemente debe servir como motivación para entender porqué
es natural introducir un concepto como el VdV. Tenemos experiencia
histórica como para hacer ciertos juicios sobre las relaciones de
correspondencia, pero en ningún momento planteamos que esto sea un
sistema exacto o cuantitativo, lo cual sería obviamente ridículo.


Debemos detallar un poco más el concepto de VdV, pues hay aún un
elemento que no se ha discutido. Muchas veces -todas, en realidad-
los enunciados no se dan aislados, sino que están integrados en un
cuerpo más amplio. En este caso, la asignación de un VdV tiene que
ver también con el hecho de que el cuerpo global de enunciados tenga
una coherencia y cohesión interna que no lo hagan desmoronarse antes
incluso de pasar a la contrastación empírica. Algo parecido, pero en
mayor medida, pasa con los enunciados puramente matemáticos o
lógicos. Son de una naturaleza que llamamos analítica. Hasta ahora,
al hablar de enunciados y su VdV, hemos pensado en enunciados que
establecen hipótesis sobre disposiciones relacionales materiales y
extramentales. Pero un enunciado matemático tiene un VdV que es
independiente, por supuesto, del mundo empírico, puesto que no hay
ninguna relación a establecer con una realidad material extramental.
En la práctica, los enunciados y los complejos de enunciados tienen
elementos que viven en dos planos: uno lógico-matemático
/argumentativo y otro empírico/relacional. Así, una deducción de una
ley o teoría física tiene varios niveles en los que asignarle un
VdV. El trabajo matemático correspondiente que articula las
relaciones entre las distintas partes de la teoría tiene que
respetar unas reglas lógicas y racionales, mientras que la
experimentación y la observación tienen que arrojar evidencias de
que las relaciones de correspondencia son adecuadas. Si bien estas
ideas parecen sencillas de aplicar, en principio y sin entrar en más
detalles técnicos por el momento, a las matemáticas o la física,
parece complicado que ideas similares puedan ser extendidas a
enunciados "del día a día". De nuevo, la idea del VdV no es la 
pretensión generar un algoritmo de ningún tipo, sino alcanzar una
compresión teórica de qué es la "verdad", extendiendo de manera
racional y seria las nociones intuitivas que se derivan de la
percepción probabilística y de la Teoría de la Correspondencia.

Lo más parecido a un algoritmo sería un esquema mental sobre como
ponderar de manera reflexiva el valor que se le puede asignar a un
enunciado. Primero habría que realizar un estudio puramente
analítico, asegurándonos que, al menos a grandes rasgos y en lo
crucial, se entienden bien los términos y conceptos utilizados.
Después, se llevaría a cabo un examen de la consistencia lógica
elemental del enunciado, para a continuación desglosar el enunciado
en premisas, procesos de inferencia, conclusiones y, si procede,
examinar la calidad argumentativa (no procede, por supuesto, en un
enunciado puramente descriptivo y científico). Uno de los siguientes
pasos, quizá mal entendido en general cuando se trata de las
llamadas "Ciencias Sociales", es entender meticulosamente las
distintintas interpretaciones que se pueden dar al enunciado en
función del contexto en que se integre. Por último, cuando no se
trate de enunciados puramente analíticos, viene el paso fundamental de llevar a cabo procedimientos que permitan analizar las
relaciones de correspondencia con disposiciones materiales de hechos
conocidos o plausibles.


Repetimos e insistimos en que este esquema en absoluto tiene un afán
cuantificador en lo más mínimo. De hecho, da cuanta de una manera
muy explícita de la complejidad inasible que se da en la relación
entre el mundo mental del lenguaje y sus repsentaciones y el mundo
material extramental. Pero esto no debilita la concepción que
queremos desarrollar sobre la formalización aproximada de la noción
del VdV. Hay que insistir, pues, en que aunque no podamos precisar
cómo valorar las ideas, sabemos que esto se puede hacer
(esencialmente y en términos teóricos e ideales), pues esto lo
evidencia la obvia jerarquización de las ideas que se lleva a
cabo, no sólo en la ciencia, sino día a día en la mente de las
personas (recordemos el ejemplo de los paraguas).

Aunque está incluído en lo ya dicho, conviene resaltar lo valioso
que resulta para una idea/enunciado (en términos de ganar en VdV)
tener una mayor capacidad contrastable. Salvo en el que caso de que
nos la veamos con un enunciado puramente analítico, donde se
establecen relaciones entre objetos formales, una idea podrá ser
tanto más valorada cuanto más factible resulte llevar a cabo
procedimiento de contrastación que testeen las disposiciones
materiales y relacionales extramentales que representa a través del
lenguaje.

Desde este punto de vista, la creencia en un Ser divino como Zeus,
Mitra o el Dios del cristianismo, se basa en una idea que carece de
valor (en el sentido de que tiene muy poco VdV), pues si bien está
clara la supuesta relación de hechos extramentales que explicita la
hipótesis de Dios, no parece haber ningún argumento empírico que la
sustente de manera clara y con todos sus detalles, además de que
dicha hipótesis no proporciona ningún modo de que efectuemos
procedimientos de contrastación sobre ella. Por supuesto, queda
mucho que decir sobre la forma concreta de los procedimientos de
contrastación y las estrategias para diseñarlos. La respuesta, por
supuesto, se encuentra en el método (o métodos) científico, como
explicaremos y justificaremos más adelante, cuando, en vez de
ocuparnos meramente de una pregunta como "qué es la verdad", nos
ocupemos de asuntos como "a qué llamamos conocimiento" y "cómo
generamos conocimiento". Evidentemente, querríamos añadir, no
negamos la existencia de Zeus, Mitra o el Dios del cristianismo de
manera total. Esto sería absurdo. ¿Cómo podríamos estar
completamente seguros de algo, por definición, no contrastable? Sin
embargo, no cayendo en el error de los agnósticos, nos damos cuenta
de que el hecho de que tanto una hipótesis H  como su negación, noH
(ambas afirmando algo sobre la forma de ser del mundo y el
universo), sean no contrastables, no quiere decir que debamos
considerar H y noH equiprobables, pues esto nos llevaría al absurdo
de que cualquier hipótesis disparatada que se nos ocurrierra
formular al vuelo (como que hay caballos voladores de ocho patas que
se ocultan de la humanidad; por decir algo) debería considerarse
como verdadera con un cincuenta por ciento de probabilidad.

Desviándonos un poco de las cuestiones teóricas, a continuación nos
gustaría aplicar las anteriores disquisiciones a la disección de en
qué consisten las creencias humanas y en qué consiste la
jerarquización de las ideas en la práctica cotidiana de una persona.
...................

Uno siempre puede cuestionar los fines de sus semejantes. Incluso los que intuitivamente puedan parecernos más nobles o justificables pueden ser sometidos al yugo del relativismo. El escéptico se pregunta por todo y no tiene porqué dar nada por seguro. Así lo hace, por tanto, con las ideas morales y humanitarias. No obstante, nos vamos a permitir aquí partir de la intuición -o de la emoción o sentimiento- de que "queremos" avanzar como especia hacia una mayor comprensión del mundo que nos rodea.

Este fin puede ser puesto en entredicho. Yo no trataré de convencer a nadie de que éste es un fin "justo", pues tal cosa no existe. Si a alguien no le interesa este fin, no voy a discutir con ese alguien. Simplemente enuncio que, para mí, por una cuestión puramente emocional que no me veo mínimamente tentado de intentar justificar, comprender cada vez mejor el mundo material que me rodea es un fin importante. Puesto que me planteo este fin, me debo plantear a continuación cómo proceder para alcanzarlo, y cómo debemos proceder los humanos como especie para acercarnos a él.

El deseo de avanzar hacia una situación progresiva de mayor comprensión del mundo natural es, en síntesis, lo que llamamos humanismo científico. El humanismo científico consiste en tener como uno de los pilares del "progreso" (sea lo que sea éste en se conjunto) la adquisición de más conocimientos y comprensión sobre el universo extramental en el que vivimos. El progreso tiene, por supuesto, distintos factores y constituyentes fundamentales, pero es de la parte del progreso relacionada con el conocimiento de la que nos preocupamos aquí.

Si bien, estrictamente, nunca estaremos completamente seguros de enunciados afirmativos sobre la naturaleza, si podemos establecer una jerarquía aproximada sobre el conjunto de enunciados referidos a cierto fenómeno o relación de hechos. Para avanzar hacia una mayor comprensión del mundo, deberemos despreciar aquellos enunciados que están muy abajo en nuestra jerarquía, y que juzgamos altísimamente improbables (o directamente falsos), gracias a la aplicación de los métodos de contrastación y generación de conocimiento de que disponemos. Hay ideas cuya existencia y popularidad suponen un obstáculo para el progreso, tal como lo estamos entendiendo aquí, y es por ello que el humanismo científico debe consistir en activamente rechazar todas aquellas ideas con un Valor de Verdad despreciable.

Desde un punto de vista teórico, todo el peso de este discurso está desplazado, por supuesto, a la validez, utilidad, importancia y universalidad del Método Científico. No obstante, situándonos en el contexto del mundo real, algunas observaciones sencillas sobre la historia y la tecnología que nos rodea deberían bastar para acabar con el relativismo (que al fin y al cabo es el único enemigo de las ideas que defendemos aquí, una vez aceptada nuestra noción de progreso).

En efecto, las tecnologías de las que con tanta sencillez disponemos se basan en unos "conocimientos", en unas disciplinas científicas que tienen sus paradigmas y teorías. La tecnología es una evidencia de que el relativismo no es más que un juego del lenguaje, y que no puede ser una concepción seria del rango cognoscitivo de los enunciados sobre el mundo natural. Si los aviones vuelan, es gracias a una proeza de ingeniería que en último término se sustenta en unas ciertas leyes de la mecánica de fluidos, por ejemplo. Está claro que esas leyes de la mecánica de fluidos -independientemente del contexto cultural, social o económico en que fueron descubiertas- deben de guardar una relación de correspondencia con la realidad extramental a la que hacen referencia bastante satisfactoria (en el sentido de que el Valor de Verdad asociado es alto). No puede ser cierto que cualquier conjunto de enunciados sobre el comportamiento de los fluidos sea igualmente valioso (entendiendo valioso, insistimos, en términos de la consabida relación de correspondencia), pues la tecnología relacionada con la aviación utiliza unas leyes, enunciados y teorías concretas -los que se han mostrados exitosos ante el Método Científico a lo largo de la historia-.   Otro ejemplo serían las relativamente modernas técnicas de diagnóstico médico como el TAC, la Resonancia magnética nuclear o el PET. El PET se basa -en último término y simplificando en extremo- en algo aparentemente tan teórico y lejano a la cotidianeidad como es la existencia de las misteriosas 'antipartículas'. Las ideas de la Resonancia magnética tienen que ver con un entendimiento profundo del magnetismo y su interacción con la materia. Evidentemente, no es concebible que nuestras teorías sobre el magnetismo o las partículas nucleares sean arbitrarias y relativas cuando contamos con una tecnología que se basa tan críticamente en ellas y que se muestra exitosa día a día.

Los circuitos eléctricos, la telefonía, la genética... Son sólo ejemplos de tecnologías que estás inmersas en nuestro día a día y que evidencian la invalidez del relativismo, pues deja claro que las ideas científicas en las que se basan se acercan exitosamente al objetivo de representar la realidad extramental.  Todas estas tecnologías revierten a su vez, bien utilizadas, en la mejora de la calidad de vida de las personas, lo que sugiere que la noción de progreso científico que hemos defendido aquí puede ser, hasta cierto punto, objetivada -en tanto a que puede entenderse que es un fin intermedio si el fin inicial que nos planteábamos era la mejora de la calidad de vida de las personas-.

Todo esto no quiere decir que estemos cayendo en una perspectiva realista, donde defendamos que las teorías científicas son 'verdaderas' en el sentido binario tradicional del adjetivo 'verdadera'. Insistimos en que la noción de 'verdad' tiene un componente probabilístico, y que los argumentos que hemos presentado lo que hacen es evidenciar el hecho de que ciertas teorías sean "muy probables", en el sentido de que, hasta donde sabemos y hemos podido corroborar, presentan un grado de acuerdo con la realidad muy alto.

Armados con el hecho ya argumentado de que hay ciertas ideas, enunciados y teorías que puntúan muy alto en la jerarquía realizable a través del concepto de Valor de Verdad, podemos argüir que hay otras (sus negaciones, por ejemplo) que puntúan muy bajo y que por lo tanto debemos desechar para actuar conforme al fin que nos hemos fijado y a la idea de progreso que estamos defendiendo aquí.

Por ejemplo, podemos considerar un enunciado como "La Tierra tiene 5000 años", que no hace ni un siglo aún era popular en algunos sitios. Una idea como ésta está en clara contradicción con teorías científicas bien aceptadas, sobre las que hay un gran grado de consenso en virtud del grado de correspondencia que se ha comprobado que tienen con la realidad a través de distintas observaciones y experimentos. Por lo tanto, como individuos interesandos en el progreso científico, debemos rechazar esta idea como falsa (al menos, como falsa con una altísima probabilidad). No sólo eso: si además aceptamos la idea del humanismo científico como un fin, desearemos -para ser coherente con tal fin- combatir esa idea y, si es posible, a través de escritos o programas educativos, explicar y divulgar porque es una idea errónea que debe ser considerada un simple mito. 

Esto es a lo que nos referimos cuando hablamos de "apología de la intolerancia": la voluntad de no convivir pasivamente con las ideas y creencias en flagrante contradicción con el estado actual del conocimiento. Como ya hemos comentado, esta voluntad no sólo tiene que ver con el deseo de "saber más y mejor", sino que también es un requisito para aspirar a que los seres humanos vivan cada vez mejor. Por eso, una actitud activa contra las creencias irracionales, los argumentos negligentes, las posturas irracionales y las pseudociencias es una exigencia básica del humanismo científico y del deseo de progreso, tal como aquí lo entendemos.