martes, 15 de marzo de 2016

Capitalismo y meritocracia

Nuestro sistema económico encuentra una cierta asociación social, intelectual y moral con la meritocracia. No es especialmente difícil encontrarnos con individuos, y en muchos casos con pensamientos propios, que justifican situaciones paupérrimas o de insultante riqueza basándonos en que el individuo que lo padece merece esa situación.
El término fue acuñado por el sociólogo inglés Michael Young en 1958 con un sentido algo peyorativo, en parte para justificar sus teorías de un futuro distópico. Pero el origen de lograr una posición “por méritos” es, obviamente, mucho más antiguo. Podemos decir que se “instala” en la sociedad a partir de la ruptura con el antiguo régimen y en ciertos campos como el funcionariado (que realiza oposiciones para lograr su plaza). El acceso a estos puestos va en función del esfuerzo individual y no en función de la clase social a la que se pertenece, consiguiendo así un mecanismo mucho más justo que el preexistente.
Sin embargo, hay que tener especial cuidado en no generalizar este aspecto a todas las carreras laborales y profesionales. Ciertas corrientes del liberalismo más radical, encuentran en la meritocracia una justificación moral para un sistema en el que no se le debe de prestar ningún tipo de asistencia al desfavorecido. Pues una vez reducido este a un individuo, y obviando todo el entorno en el que este ha desarrollado su vida, la culpa de su fracaso recae solamente en él. Con esto se logra esquivar el estado hasta sus últimas consecuencias, objetivo principal de estos. Por su puesto, esta justificación se extiende y se aplica para nuestro sistema real, que más que liberal se podría calificar de “capitalismo de amiguetes”, donde sí que existe un estado, pero que principalmente se apoya en ciertos individuos de éxito en campos muy concretos, casi estrictamente a nivel empresarial.
Me interesa más despegarnos un poco de los argumentos reales en contra de una ficticia meritocracia (donde el tráfico de influencias, la existencia de las herencias y las muy evidentes mayores facilidades que tiene las clases acomodadas en “aspirar a más”) e irnos a un plano más teórico. Tenemos que tener muy presente cual debe ser el objetivo último de nuestra línea de acción e ideológica, aunque eso nos lleve a contradicciones y cambios durante el camino. La política y la economía, no son una ciencia, y encontrar verdades absolutas es querer agarrarnos a un clavo ardiendo que ni siquiera está clavado. Creer, que en aras de una más que discutible “justicia social”, debemos realizar una brusca separación entre los individuos que están capacitados para ciertos campos y para los que no, o que los individuos no capacitados para ciertas aptitudes merecen ser apartados de la sociedad es un gravísimo error.

No hace falta ser adivino para darse cuenta de que vamos a una sociedad más tecnológica y mecanizada, en el que van a hacer mucha más falta individuos que demuestren altas competencias en el campo de la lógica y de la tecnología; y mucho menos individuos de capacidades manuales y físicas. Una correcta transición se debería planear desde el momento actual, con un sistema educativo eficiente que intente extraer las mejores capacidades del individuo y las desarrolle para que pueda aportar un bien a la sociedad y una carrera satisfactoria para el individuo. La otra opción (y con ciertos individuos se convertiría en algo inevitable, independientemente del sistema) es lograr un mayor reparto de riquezas en base a la mayor producción que generará una mayor mecanización; en otras palabras, un sistema de subvenciones, en el que se quebraría esa supuesta y deseada “meritocracia”. Lo ideal, de todas formas, sería inculcar en la sociedad ciertos valores relacionados con la búsqueda del saber y de la verdad, trabajar por el bien común y el beneficio general, pero ya nos metemos en un tema más utópico. Aunque, como he dicho antes, no hay que olvidar que el fin del camino ha de ser la felicidad del ser humano como individuo y el desarrollo del ser humano como especie, no al revés.
[Me da mucha pena tratar un tema con tantas variantes y tantos matices de forma tan escueta, dejándome muchas cosas en el tintero y conceptos muy mal explicados. Seguiré indagando sobre esto]


Un solo día al año, hace daño. El feminismo aún escuece.

Es ridículo que tenga que haber un día dedicado a las mujeres, a un colectivo que no se elige y que no representa a una minoría. Son el 51% de la población, pero para muchas cosas siguen siendo un 0%. Estamos en una época decisiva en este aspecto, en el que por fin se empiezan a hablar de temas como violencia de género, brecha salarial de género, igualdad, feminismo o patriarcado. Algunas de estas palabras todavía escuecen, y aún generan un debate innecesario y ridículo. Hablar de cómo acabar con el machismo puede ser un debate, negarlo o minimizarlo a casos particulares no lo es. Al igual que estas palabras se han instalado en nuestra vida, también lo han hecho términos puramente reaccionarios, como feminazi o hembrismo.
Puede que peque de “cuñao” al hablar de un tema del que entiendo poco, y del que todavía estoy aprendiendo; pero tengo claro que los hombres debemos de tener el deber moral de ser feministas y de no mostrar ninguna duda en defender esta postura cuando nos pregunten. También tengo claro que ser un hombre feminista no supone ningún mérito y no merece ningún tipo de homenaje ni de agradecimiento; es algo que debería ser, de entrada, normal y un requisito básico. Ser feminista por lástima o porque “te importan las mujeres a las que quieres” no es, ni mucho menos, legítimo. Se respeta a la mujer como se respeta a cualquier otra persona, independientemente de su género o de cualquier otra condición, elegida o no.
Los términos reaccionarios anteriormente citados surgen de parte de personas verdaderamente machistas que se oponen a una igualdad real, pero son palabras y posturas que acaban calando en gente que en principio no lo es. Y todavía, muchos y muchas, ven al feminismo como algo hostil, incluso lejano, que basa su existencia en un supuesto odio al hombre. Hay mujeres que odian a los hombres, claro; pero hay que ser conscientes de que son casos aislados y que no suelen suponer un peligro para la vida del hombre. El machismo sin embrago se lleva más de 800 muertes solo en los últimos 10 años, y supera con creces a las víctimas del terrorismo en España ¿No se debería exigir la misma contundencia que cuándo se combate al terrorismo etarra o yihadista? El tema de las denuncias falsas supone una pequeñísima minoría frente al drama machista. Cosas como la custodia compartida o como debe proceder la ley, pueden estar sujetos a debate, pero desde luego nunca para distraer del verdadero y gravísimo problema contra las mujeres, que es lo que muchos intentan.
Este cambio de actitud y forma de pensar tiene que partir de nosotros mismos. Apenas conozco a chicas que no hayan sufrido una situación en la que algún hombre no la deja en paz o la hayan dejado en ridículo por su condición de mujer. ¿Cuántos de vosotros os habéis sentido intimidados en algún momento por alguna mujer? En un mundo asquerosamente hipersexualizado como el nuestro, todo vale para ligar. El mundo de la noche, con el alcohol como principal excusa, se desatan instintos primitivos y abusivos. En el que un no, significa un sí, y en el que ligar deja de ser una experiencia gratificante para convertirse en un trofeo de caza donde dejar clara tu posición de “macho alfa” (la cual depende de la, más que subjetiva, belleza de la chica). Para la mujer, puede llegar a significar algo todavía peor. Probablemente haya perdido más de una ocasión para la ligar por ser excesivamente claro o por no haber insistido más de la cuenta, pero estoy contento de no haberle hecho pasar un mal rato a ninguna chica en esas circunstancias. Romperé la magia, pero me ganaré su confianza, ella tendrá la mía y pasaremos un rato divertido y agradable desde el más absoluto respeto, que es de lo que se trata. La forma en la que gran parte de esta sociedad ama y tiene sus relaciones de pareja, es propio de mentes enfermas. Pero eso da para muchas palabras más y ya me he excedido con el tema de hoy.
 

Profesores vagos, alumnos delincuentes. Pryzbylewski en The Wire.

Tras un buen rato de repetición de máximas, mandar callar y diversas riñas, el profesor se sale del guion antes de marcharse, y cuenta a sus alumnos alguna curiosidad relacionada con el temario. Los alumnos callan y escuchan, se asombran y sonríen, acaban preguntando sobre lo que antes les había aburrido o incomodado. Suena el timbre y termina la clase.
Ser profesor está considerado en el imaginario popular como un trabajo fácil, con pocas horas y de poco esfuerzo. Todos nos hemos encontrado con un profesor que simplemente se limitaba a cumplir unas horas, a repetir unos enunciados masticados y sin ningún tipo de profundidad. No ayuda el hecho de que la carrera de magisterio sea tan simple y corta. Esos factores se alejan de lo que es un buen profesor.
Ser un buen profesor es algo que se me escapa. No me considero que sea, ni mucho menos, un auténtico profesor, estoy empezando y estoy aprendiendo. Casi aprendo más por lo que veo que no funciona que por lo que sí. Quiero dejar antes claro, que siempre he dicho que buscar un método general para solucionar los problemas (sean del ámbito que sean, menos el científico) me parece algo muy inmaduro, pero no intentar mejorar las cosas es algo simplemente nefasto. Por eso mismo, no creo que un método educativo sea el correcto o el adecuado, pero hay que ver los fallos que tienen los que estamos aplicando.
Me gustaba escuchar a José Luis Sampedro hablar de su método de docencia basado en el “amor y provocación”, entendiendo el primero cómo cariño hacia el alumnado para que se sienta en un ambiente seguro en el que poder abrirse, y provocación como fisuras en la corteza de lo establecido para que se lo cuestionen todo y generen pensamiento propio, crítico y racional. Es un método al que le veo menos fallos que al que se suele aplicar en la enseñanza media.
Volviendo al tema de lo “fácil” que es ser profesor, no puedo estar más en desacuerdo. Es un auténtico y constante enfrentamiento, contra todo lo demás y contra ti mismo. ¿Cómo cambiar la perspectiva y la forma de ver el mundo de los alumnos si yo mismo no tengo claro cuál debe de ser mi actitud ante el mundo? Al final es un simple apuntalamiento de madera para que el descontrol de un adolescente moderno no se desate. La presa, mal apuntalada, acaba rompiendo, generando un país en el que 1 de 4 chicos no termina ni los estudios obligatorios, en el que casi la mitad de los jóvenes repiten curso en la ESO, en el que hay un 50% de paro juvenil, en el que el nivel de patentes por habitante está por debajo de países como Rumanía, en el que los adultos no leen y en el que numerosas personas piden que se abandone a estos chavales, pues si van mal, es “porque son unos fracasado” (El partido político Ciudadanos sin ir más lejos, apuesta por dejar pasar a los repetidores para echarlos, cuanto antes, del sistema educativo, ya que estos suponen un coste excesivo).
Y ahora me pregunto, ¿cómo hago que un niño se interese por las matemáticas o la física? Al niño que llevan años diciéndole que estudie con amenazas o con recompensas. Al que comenta con sus compañeros que “estudiar es un rollo”. Al que ve como en la televisión los personajes que estudian o aprenden no son los que destacan. Al que ve cómo cambian librerías de siempre por un nuevo Zara. Y el que ve como estudiar no siempre tiene recompensas laborales (como demuestra el alto paro incluso entre universitarios). Un niño al que nunca le han dicho que saber cosas nuevas es un placer, que las personas nacen curiosas, y que siendo más cultos, es más fácil que no le engañen, que viva mejor, que sea más feliz y que colabore a que el mundo y la vida de los demás sea mejor. Entrar en un instituto a día de hoy es encontrarse con la decepción, la desesperanza y la indiferencia, y eso tiene que cambiar.
Puedes pasar muchas horas con ellos, intentando que aprendan un temario, que no siempre es el adecuado. Pero cuando ves leves destellos de curiosidad y de intención de adentrarse en lo desconocido, solo por esos muy escasos momentos, el esfuerzo merece la pena. Aunque yo sea solo un profesor de apoyo en un trabajo temporal, no me da la gana dejar de intentar removerles por dentro, para que esa persona curiosa, con ganas de aprender y de mejorar las cosas, salga.