martes, 15 de marzo de 2016

Profesores vagos, alumnos delincuentes. Pryzbylewski en The Wire.

Tras un buen rato de repetición de máximas, mandar callar y diversas riñas, el profesor se sale del guion antes de marcharse, y cuenta a sus alumnos alguna curiosidad relacionada con el temario. Los alumnos callan y escuchan, se asombran y sonríen, acaban preguntando sobre lo que antes les había aburrido o incomodado. Suena el timbre y termina la clase.
Ser profesor está considerado en el imaginario popular como un trabajo fácil, con pocas horas y de poco esfuerzo. Todos nos hemos encontrado con un profesor que simplemente se limitaba a cumplir unas horas, a repetir unos enunciados masticados y sin ningún tipo de profundidad. No ayuda el hecho de que la carrera de magisterio sea tan simple y corta. Esos factores se alejan de lo que es un buen profesor.
Ser un buen profesor es algo que se me escapa. No me considero que sea, ni mucho menos, un auténtico profesor, estoy empezando y estoy aprendiendo. Casi aprendo más por lo que veo que no funciona que por lo que sí. Quiero dejar antes claro, que siempre he dicho que buscar un método general para solucionar los problemas (sean del ámbito que sean, menos el científico) me parece algo muy inmaduro, pero no intentar mejorar las cosas es algo simplemente nefasto. Por eso mismo, no creo que un método educativo sea el correcto o el adecuado, pero hay que ver los fallos que tienen los que estamos aplicando.
Me gustaba escuchar a José Luis Sampedro hablar de su método de docencia basado en el “amor y provocación”, entendiendo el primero cómo cariño hacia el alumnado para que se sienta en un ambiente seguro en el que poder abrirse, y provocación como fisuras en la corteza de lo establecido para que se lo cuestionen todo y generen pensamiento propio, crítico y racional. Es un método al que le veo menos fallos que al que se suele aplicar en la enseñanza media.
Volviendo al tema de lo “fácil” que es ser profesor, no puedo estar más en desacuerdo. Es un auténtico y constante enfrentamiento, contra todo lo demás y contra ti mismo. ¿Cómo cambiar la perspectiva y la forma de ver el mundo de los alumnos si yo mismo no tengo claro cuál debe de ser mi actitud ante el mundo? Al final es un simple apuntalamiento de madera para que el descontrol de un adolescente moderno no se desate. La presa, mal apuntalada, acaba rompiendo, generando un país en el que 1 de 4 chicos no termina ni los estudios obligatorios, en el que casi la mitad de los jóvenes repiten curso en la ESO, en el que hay un 50% de paro juvenil, en el que el nivel de patentes por habitante está por debajo de países como Rumanía, en el que los adultos no leen y en el que numerosas personas piden que se abandone a estos chavales, pues si van mal, es “porque son unos fracasado” (El partido político Ciudadanos sin ir más lejos, apuesta por dejar pasar a los repetidores para echarlos, cuanto antes, del sistema educativo, ya que estos suponen un coste excesivo).
Y ahora me pregunto, ¿cómo hago que un niño se interese por las matemáticas o la física? Al niño que llevan años diciéndole que estudie con amenazas o con recompensas. Al que comenta con sus compañeros que “estudiar es un rollo”. Al que ve como en la televisión los personajes que estudian o aprenden no son los que destacan. Al que ve cómo cambian librerías de siempre por un nuevo Zara. Y el que ve como estudiar no siempre tiene recompensas laborales (como demuestra el alto paro incluso entre universitarios). Un niño al que nunca le han dicho que saber cosas nuevas es un placer, que las personas nacen curiosas, y que siendo más cultos, es más fácil que no le engañen, que viva mejor, que sea más feliz y que colabore a que el mundo y la vida de los demás sea mejor. Entrar en un instituto a día de hoy es encontrarse con la decepción, la desesperanza y la indiferencia, y eso tiene que cambiar.
Puedes pasar muchas horas con ellos, intentando que aprendan un temario, que no siempre es el adecuado. Pero cuando ves leves destellos de curiosidad y de intención de adentrarse en lo desconocido, solo por esos muy escasos momentos, el esfuerzo merece la pena. Aunque yo sea solo un profesor de apoyo en un trabajo temporal, no me da la gana dejar de intentar removerles por dentro, para que esa persona curiosa, con ganas de aprender y de mejorar las cosas, salga.


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