viernes, 15 de junio de 2018

El secreto de los emperadores: De Bizancio a Juego de Tronos

 En la primavera del año 674, una gran flota árabe del nuevo califato Omeya se adentraba en el Mar de Marmara hacia la capital del Imperio Bizantino (por entonces el Imperio Romano o de los Romanos, Imperium Romanorum ), Constantinopla. Desgastado por guerras contra eslavos, búlgaros, los ya caídos sasánidas, la nueva amenaza lombarda, y más recientemente por los árabes, el Imperio había tenido un respiro durante las guerras civiles musulmanas, pero Muawiya, primer califa de los Omeya, tras erigirse vencedor de éstas lanzó de inmediato una serie de ataques a gran escala contra Bizancio. Según cuenta Teófanes el Confesor, historiador que escribía aproximadamente un siglo después de los hechos, el asedio árabe a Constantinopla se extendió durante cuatro años en que los ejércitos omeyas establecieron una base permanente en Tracia y otros puntos costeros del Mar de Marmara. Tras derrocar a los sasánidas, los ejércitos árabes habían continuado su imparable expansión en busca de nuevas tierras, habiendo ya tomado Siria, Palestina y Egipto, y Constantinopla era el gran tapón cerrando una de las vías más importantes hacia el Occidente, por lo que la caída de ésta (que habría traído sin duda la caída de todo el Imperio Bizantino) habría sido absolutamente clave para el progreso y la riqueza de la nueva religión islámica.

Bizancio había perdido mucho de su esplendor territorial y del prestigio conferido por las conquistas de Justiniano, por lo que es perfectamente concebible que el Imperio hubiese colapsado y llegado a su fin en ese punto de la historia. 
El Emperador en el año 674, Constantino IV, se enfrentaba a esta gran crisis sin poder atender simultáneamente el asedio de los eslavos a Tesalonika, las guerras contra los búlgaros y los conflictos con el califato. 

La manera en que los bizantinos lograron ganar esta guerra y destrozar la flota omeya fue mediante un invento, una nueva arma cuyo diseño y funcionamiento detallado aún se desconocen a día de hoy: el llamado Fuego Griego. Funcionando a modo de un moderno lanzallamas moderno, este arma se implementaba en sifones portados en barcos de la flota bizantina y se lanzaba como sustancia líquida contra sus objetivos, produciendo grandes llamas que flotaban en el agua sin extinguirse.

El manuscrito Madrid Skylitzes, así llamado por el nombre del historiador que lo compuso en el siglo XII y por encontrarse en la Biblioteca Nacional de España, en Madrid, detalla el uso del fuego griego en diversas batallas e incluye famosas ilustraciones, como la de arriba, en que se puede ver a un navío bizantino incendiando a una embarcación de tropas eslavas.

Tras el asedio a Constantinopla, en el que la nueva arma fue absolutamente crucial para salvar la ciudad, los bizantinos emplearon extensivamente el fuego griego en multitud de conflictos. Un nuevo asedio árabe treinta años después (cuando el califato se había recuperado de su profunda derrota en el año 680) fue repelido gracias, de nuevo, al fuego griego. Asimismo, el arma fue usada, tanto en forma de sifones como en forma de granadas, en las duras guerras contra los búlgaros del siglo X , en la rebelión de los eslavos en el siglo IX, y en diversidad de conflictos civiles que se sucedieron a lo largo de los siglos.
Ilustraciones antiguas confirman que, en efecto, los soldados bizantinos disponían de "sifones de mano" para lanzar su fuego líquido contra los enemigos.
                                    El asalto a una torre mediante una escalera y un sifón de mano (la imagen de arriba es un un zoom de ésta. He extraído estas imágenes de Wikipedia y pertenecen a tratados militares bizantinos de Hero de Bizancio)

Aunque armas incendiarias ya habían sido utilizadas con anterioridad tanto por persas como por romanos, por ejemplo incorporando sustancias inflamables a flechas y cosas del estilo, nunca en la historia occidental había un ejército incorporado de forma tan masiva armas de fuego con un grado de sofisticación técnica tan elevado, y no fue hasta la invasión mongola del Siglo XIII que se vió en Europa algo parecido a una escala tan grande. 

                                                               (Granadas de mano de Fuego Griego halladas en trabajos arqueológicos)


Es fácil imaginar -como es el caso- que la receta para la fabricación del Fuego Griego era un importantísimo secreto de estado guardado con especial celo. Tal era el secretismo que existía respecto a ello, que a día de hoy se desconocen los detalles de cómo se fabricaba, y el tal secreto se perdió posiblemente durante la decadencia del Imperio Bizantino, en algún momento durante o después de la Dinastía de los Comneno. El Emperador macedonio Constantino Porfirogénito, en su obra De Administrando Imperio, afirma que el secreto del Fuego fue traído por un ángel a Constantino el Grande, Primer Emperador cristiano, que le ordenó fabricarlo exclusivamente en la ciudad imperial y que cierto oficial que trató de vender el secreto a los enemigos fue matado por una llama caída del cielo al ir a entrar a una iglesia. 

Más menciones importantes al fuego griego se encuentran por ejemplo en la Alexiada, un libro crucial de Historia Bizantina escrito en el siglo XI por Ana Comneno (junto a Irene de Atenas, quizá uno de los personajes femeninos del Imperio Bizantino más apasionantes de los que la historia ha dejado un rastro detallado), en el que se relatan las guerras de su padre, el Emperador Alejo, contra los cruzados, los normandos, los emergentes selyúcidas y otros pueblos. 
 "Puesto que el Emperador Alejo sabía de lo hábiles que eran los pisanos en mar y temía una batalla con ello, mando colocar en la proa de cada barco una cabeza metálica de león u otro animal terrestre con las fauces abiertas, logrando así que adquirieran un aspecto terrible. El fuego que había de dirigirse contra los enemigos mediante tubos se hacía pasar por las bocas abiertas de las bestias, y así parecía que éstas estaban vomitando fuego"
 Una receta parcial dada por la autora en el mismo libro, que se sabe que no es precisa del todo (¿querría ocultar el secreto en su tratado, o ni ella misma tendría acceso al mismo?) dice así:
"El fuego se hace así: Se obtiene resina de los pinos y de ciertas hojas perennes inflamables. Esto se  frota con azufre y se deposita en tubos vegetales, y los hombres lo soplan de modo violento y continuado, logrando así contacto con el fuego en la punta, lo que produce la llama que cae como un remolino furioso sobre las caras de los enemigos"

Entre los ingredientes que se juzgan probables están la cal (que se ha usado desde la antiguedad como un aglomerante fundamental en la construcción), el salitre (nitrato de potasio; obtenido de deshechos vegetales y animales y que explicaría el fenómeno de flotación en el agua), el fosfuro de calcio (que se puede conseguir hirviendo restos óseos y que es tóxico e inflamable) y el petróleo, al que los bizantinos tenían acceso mediante los pozos naturales en torno al Mar Negro y que le haría un "pariente" al moderno Napalm (muy utizado por el ejército estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial y las Guerras de Corea y Vietnam). 

Asimismo, los particulares del mecanismo por el que se lanzaba el Fuego Griego contra los enemigos tampoco está del todo aclarado. Se tienen relatos de testigos que lo vieron en acción, tanto de bizantinos como de extranjeros, como es el caso de Ingvar el Viajero, y se sabe con certeza del uso de proyectores tubulares, como el descrito por Ana Comneno. 
Algunos diseños experimentales modernos han tratado de reproducir las armas bizantinas, y aunque no podemos saber con certeza hasta que punto las reconstrucciones modernas se parecen a las clásicas, se han fabricado armas que son, al menos, versiones plausibles de lo que fue el Fuego Griego (La imagen de arriba corresponde a un diseño de John Haldon y Maurice Byrne, del que podéis encontrar más información en internet).

A lo largo de las décadas, el Fuego Griego fue mejorado y novedades técnicas fueron introducidas, siendo una de las más notables los ya mencionados sifones de mano (cheiroshipones) inventados por el Emperador León VI (llamado "El Sabio") en el siglo IX, y que fueron empleados contra torres de asedio y en batallas terrestres junto a las granadas.



El declive de Bizancio de finales del siglo XII se consumó con la toma y saqueo de Constantinopla por parte de los Cruzados en el 1204, como parte de la Cuarta Cruzada. Después de tal debacle, el Imperio Bizantino se desintegró y nunca se recuperó, a pesar de que la capital imperial fue recuperada por los Paleólogo a finales del mismo siglo. La ciudad cayó a los Otomanos finalmente en el 1453, y nunca más se volvió a ver al Fuego Griego en acción, cuyo secreto con toda seguridad se había perdido tiempo atrás. No obstante, los ejércitos mongoles que entraron en Europa, arrasando Hungría, Bohemia y otras regiones durante el siglo XIII, trajeron consigo la tecnología de la pólvora que había importado de los chinos, y con ello las armas de fuego comenzaron a extenderse y a popularizarse entre los ejércitos europeos.


   (Miniatura del siglo XV mostrando la toma de Constantinopla del 1204)


De la gran cantidad de influencias culturales y repercusiones que ha tenido en Occidente la historia del Fuego Griego, una de las más populares a día de hoy es, sin duda, el Fuego Valyrio (Wildfire) de Juego de Tronos, que es claramente una referencia. El Fuego Valyrio es un secreto de estado, algo oculto y misterioso, arde en el agua y es el responsable de repeler de manera decisiva el asedio del ejército de Stannis Baratheon a Desembarco del Rey en la Batalla de Aguasnegras...

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