lunes, 5 de agosto de 2013

¿La vivienda es un derecho? El Poblado de Absorción de Fuencarral B de Alejandro de la Sota


¿La vivienda es un derecho o un producto? Esta pregunta es obligada para aquellos que participamos en el proceso constructivo de la edificación residencial, y nos lucramos con ello. Pero, cuando uno ve la ola de desahucios que está asolando nuestro país, pasa a ser un tema de debate común, y para los que trabajamos de ello, una reflexión acerca del papel social que debe tener la arquitectura y el urbanismo. 

En el mundo del libre mercado, se ha apostado por un modelo estatal de poseedores, un país de propietarios. En el que el juego del intercambio abre la vía a la especulación y el negocio. Pero, el hecho de acceder a una vivienda se ha convertido en el problema de todos. La mayor parte de la población acaba hipotecándose y se pasa media vida pagando su casa. Acceder a una vivienda por parte de algunos sectores (jóvenes y clases desfavorecidas) supone un auténtico quebradero de cabeza, en el sector que más trabajo y riqueza ha dado a nuestro país (junto con el turismo)

El estado normalmente ha funcionado de intermediario para que las personas que no puedan acceder a una vivienda, lo hagan. Pero con este “crack” inmobiliario, hemos llegado a situaciones surrealistas que se escapan de toda lógica. Somos un país con un enorme stock de viviendas vacías, pero se siguen echando a la gente de sus casas por no poder pagarlas, y esto sucede solo unos años después de que numerosas administraciones hiciesen una abultada inversión en vivienda pública, que luego sus efectos no han sido tan beneficiosos como se creían. ¿Por qué modelo apostamos? ¿En que hemos fallado?

Vamos a  analizar un caso que nos demuestra la actitud que se ha tenido por parte de la administración en estos temas. Nos trasladamos para ello a los años 50 del siglo pasado. Una época que nuestro país vivió como un ligero despertar. Una recuperación del sistema económico, propiciada por el aperturismo al exterior, el cual permitió que empresas extranjeras invirtiesen aquí. El desarrollo se notó en las ciudades, no así en el campo, que siguió más atrasado. Esto propició un éxodo masivo del campo a la ciudad, en especial, de zonas de Castilla y Andalucía, a Madrid y Barcelona.

Centrémonos en Madrid. La ciudad fue incapaz de absorber todo este flujo de población, incesante y creciente. Había trabajo en Madrid, pero no viviendas suficientes, y estas no eran asequibles. La gente no podía dejar pasar la oportunidad de trabajar por un salario, algo mucho mejor que trabajar por un jornal en el campo. Se generaron los famosos poblados chabolistas de los años 50 en los corredores de entrada a la capital, por lo general, se llenaban de gente que llegaba por esas carreteras y caminos, así la Latina se llenó de extremeños, el Pozo de andaluces y Fuencarral de Burgaleses y otra gente del norte. Que no nos confunda el término chabola, poco tiene que ver con las actuales de La Cañada Real. Las chabolas eran instalaciones precarias donde vivía gente sencilla que venía del campo, nada más.

La situación se descontroló a medida que el país se iba abriendo al exterior. Interesaba dar una imagen de Madrid como ciudad moderna, que despertaba y crecía. Los poblados de los alrededores restaban atractivo comercial a la ciudad, cosas de la imagen. El Instituto Nacional de la Vivienda y la Obra Sindical del Hogar, decidieron paliar este problema con la construcción de numerosos poblados de absorción y realojo.

Un modelo de urbanismo y vivienda económica y barata que permitiera a las clases más humildes conseguir una vivienda. Para ello se encargaron a dos arquitectos la redacción de dos poblados en el distrito de Fuencarral, El Poblado de Absorción A obra del genial arquitecto Sáenz de Oiza y el Poblado B, obra del también genial Alejandro de la Sota (padre, claro) en el que nos vamos a centrar.

Proyectado en 1956, partía con el objetivo de ser una célula autónoma. De la Sota tuvo muy encuentra para quien construía y de los pobres recursos que disponía. Su intención inicial era aunar el modelo de vida rural y el moderno urbanita, facilitando así la integración y la adaptabilidad de sus habitantes. Parece algo tan lejano hoy en día, por parte de arquitectos, constructores y promotores, construir para las personas y no para los clientes.

Viviendas unifamiliares de dos plantas, dispuestas en pequeñas hileras, respetando desniveles y creando terrazas y plazas. Numerosos puntos de encuentro vecinal, más propios de un entorno rural que de uno urbano, que funcionaban adecuadamente y enriquecían socialmente el conjunto. Las viviendas eran de tamaño reducido, pero se pensó en dotarlas de un pequeño patio a modo de huerto para ayudar económicamente a las familias a llegar a fin de mes. Con muy poco esfuerzo, se puede ayuda mucho. En la planta baja se distribuía la zona de estar y los dormitorios se organizaban en ambas plantas. La línea de edificación se orientaba hacia una arquitectura más contemporánea, volúmenes limpios y fachadas blancas, recuerdan a la arquitectura moderna de los años 30, pero también a los pueblos blancos del sur peninsular. Un híbrido entre ciudad-jardín y pueblo blanco. Una arquitectura austera y eficaz, construida con materiales muy básicos y la mano de obra de los propios habitantes, que pagaban parte de su casa ayudando en su construcción en sus pocos ratos libres. 

Lo más importante, es que es una arquitectura bien pensada, cargada de valores éticos. Totalmente opuesto a la arquitectura de “egos” que se fomenta desde cierta escuela de cierta capital. Una arquitectura para las personas, no para un cliente ni un mecenas. Y el resultado, es además, una obra interesante a nivel artístico. No veo a Foster, Zaha o cualquier arquitecto de los de AV haciendo algo a este nivel.


A nivel administrativo se planteaba lo siguiente. El gobierno realizaba la construcción de las viviendas, y se dejaba que sus residentes la pagasen en un plazo de 50 años con unas mensualidades razonables, ya que su situación económica seguía siendo baja. Esto les permitía poder progresar económicamente, y conseguir tener una vivienda en propiedad. La vida continuó cómodamente en el barrio, las zonas vecinales hicieron el efecto deseado, se creó una asociación de vecinos con mucha actividad, en donde todos participaban. La gente cultivaba en su huerto, y se compraban cosas en comunidad. Vivían como en un pueblo, a escasa distancia de donde hoy están las “4 torres”

Pero llegaron los problemas derivados de su construcción. Teniendo en cuenta el estado precario en el que se construyeron, era evidente que habría problemas constructivos. Las rehabilitaciones costaban mucho dinero, algo que algunas familias de clase baja (que ya por esas fechas, la mayoría eran jubilados) no se podían permitir. Pidieron ayuda a la administración, en este caso a IVIMA dependiente del ayuntamiento y la comunidad de Madrid. Pero sus planes eran otros…

¡Llegó la gran época! Aquella en la que construíamos más que Francia, Alemania e Italia juntas, ¿se acuerdan? Pues los vecinos del Poblado Dirigido B de Fuencarral sí. El Ayuntamiento tenía allí un espacio muy jugoso, cerca del metro y con unas casas que se caen. Faltaba poco para llegar a los 50 años, por lo que no hubo problemas. El Poblado A se derribó entero. El Poblado B consiguió resistir porque algún vecino había llegado a pagar su casa del todo. Pero no es problema, al derribar algunas casa de las hileras, el resto resultaron dañadas, y hubo que derribarlas por ruina. A día de hoy solo quedan 4, y los vecinos vigilan con recelo que se acerque cualquier desconocido, pues no quieren inspecciones de técnicos del ayuntamiento.

Mientras el Poblado A hoy es ocupado por vivienda social (ya que por su calificación, no se le puede cambiar de categoría ni de altura, para desgracia del IVIMA), los realojados están hoy en bloques cercanos, a los que se les obliga a pagar un alquiler social mucho más alto que su cuota mensual. Lo peor no es eso, lo peor es que perdieron su casa, la pagaron a fondo perdido.

Nos encontramos en nuestra visita a la zona, con Rosa, una anciana que se mueve con andador. Nos cuenta entre lágrimas como se pasaron 48 años pagando una vivienda que finalmente, no fue suya. Como ahora tiene que pagar mucho más, por una casa mucho más pequeña, y como a su avanzada edad y deteriorado estado de salud tiene que hacer frente al cuidado de su marido y al paro de su hijo, que ha tenido que volver con sus padres porque le desahuciaron.

Resulta incomprensible que un gobierno totalitario fascista se preocupara más en dar oportunidades de vivienda y más apoyo social a sus ciudadanos que un alcalde elegido democráticamente (y al que hasta hace poco, la mayoría creía que era el más moderado de su partido). Es inhumano que todo el esfuerzo que se ha hecho para que las clases bajas puedan integrarse y pasen a ser clases medias, y poder aspirar a una vida más cómoda, se tire por el retrete porque ahora “no resulte rentable”, ¿acaso lo era en los años 50? Pues diré que paradójicamente sí, resulta rentable y mucho. Una familia que no tiene nada, no consume, y eso arruina a un vendedor, que a su vez arruina a otro, etc. 

Pero resulta más comprensible si tenemos en cuenta que dejamos que una persona pague su casa durante 10 años, se quede en paro, no pueda seguir pagando, y le echen de su casa. Pero no sólo no le devuelven lo que ya ha pagado cuando se la quitan, sino que encima tiene que seguir pagando por algo que ya le han quitado… ¿Pero esto qué es? ¡Ni siquiera es libre mercado! En un liberalismo absoluto, eso que tanto defienden muchos del gobierno madrileño, el que le va mal un negocio, se jode y se aguanta. Y si al banco no le ha salido bien la jugada de dar créditos por doquier, ¡se jode! No se le sanea con dinero público, y encima se redactan leyes para que nunca jamás puedan perder dinero dando créditos. ¡Qué guay! Yo como empresario que soy, quiero que el estado me sanee cada vez que me quedo sin dinero, y si hago un mal negocio, quiero que me devuelvan lo que he vendido, ¡y que me sigan pagando! 

Pero los negocios así, ahora se llevan mucho. Como montar un colegio concertado. Tu construyes el colegio, y la comunidad te paga y encima te consigue a los alumnos. No hay posibilidad de perder dinero, ¿es eso libre mercado? ¿Es eso capitalismo? Para nada, ni capitalismo, ni comunismo, eso tiene un nombre CLEPTOCRACIA

Al margen de los privilegios de los que ya hemos hablado, sigue abierto el debate. ¿Es la vivienda un derecho o un objeto de negocio? Creo que es algo que se podría equiparar a otras necesidades, como la comida o el transporte, un objeto de negocio, pero con unos mínimos garantizables. Y una buena forma de garantizarlo es, por parte de los profesionales del sector, trabajar siempre con una base ética, que permita hacer más fácil la vida de los residentes. Construir para personas, no para clientes.


P.D. Aunque no es mi intención equipara un problema con el otro, el derribo del conjunto, supone además un gravísimo atentado contra lo que debería ser patrimonio público. Un ejemplo para las futuras generaciones de profesionales de la arquitectura de cómo hacer las cosas.



Texto, cuarta fotografía y primera viñeta realizadas por RyR para el blog Las Dos Sombras. 
Ningún derecho reservado (pero si copias, ¡cita la fuente, cabrón!)

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