lunes, 24 de junio de 2013

La desconocida Generación del 25



NOTA PREVIA: Si le van los artículos serios, abstenerse de leer los paréntesis, que están ahí para agilizar la lectura del público no entendido en la materia
 

Si hubo una época decisiva para la cultura mundial, incluida la española (si señores, ¡por una vez estamos dentro! ¡Oe, oe, oe!), fueron las primeras décadas del siglo XX. Un progreso tecnológico, cultural y científico que puede ser definido como el momento en el cual, la humanidad dejó de ser un niño para convertirse en un adulto. Conscientes de que ocurre no sólo en su mundo, si no en su universo. Pasó a decidir sus propias normas y reglas. Se emancipó, de alguna manera, de la naturaleza y el orden, que hasta entonces eran los que mandaban. Ya no vale hacer frescos de bodegones y flores. Hay que pintar lo intangible, las emociones, o incluso el tiempo y el espacio (es lo guay del cubismo, que puedes ver cuántas perspectivas quieras del objeto a la vez, y ya hablaré del caso especial del ¡cuadro de 5 dimensiones! ¡Chúpate esa James Cameron, que tu Avatar solo era de 3!)
En nuestro país destacó la pintura (Miró, Dalí, Picasso,…) y en literatura (generaciones del 98, 14 y 27) Pero en otras cosas se quedó muy cojo, e incluso en las citadas, los artistas tuvieron que emigrar y su mejores obras se dieron en el extranjero.
La arquitectura no tuvo sus mejores exponentes en el sur de Europa. Italia, con el régimen fascista, vio la arquitectura moderna tornada con un aire monumentalista (aún así esto es muy curioso, pues en el resto de dictaduras conservadoras, el arte se volvió conservador. En Italia los fascistas hacían arte moderno, la resistencia, arte Noveccento, con esperpéntico resultado, ¡más aún que en la película homónima!) Los otros países del sur eran demasiado pobres y estaban arruinados. España se intentó subir al carro del norte, pero le pilló la guerra.
El norte era el que mandaba, en especial Alemania (cómo no…) Un grupo de personas cambió la arquitectura de arriba a abajo. Se modernizó, con lo bueno y lo malo que ello conlleva. En los años 20 se organizaron congresos internacionales de arquitectura (CIAM) donde eminencias de la profesión se reunieron y debatieron sobra hacia donde tenía que tender la arquitectura. Antes de eso, ya Gropius, Mies y Le Corbusier habían marcado una nueva forma de hacer arquitectura, muy consecuente con la evolución de los materiales y con el contexto cultural de la época.
A nuestro país tardó en llegar, y fue, a través de lo que el arquitecto Carlos Flores López denominó: la Generación del 25, que inventó este nombre no para unos artistas, sino para el espíritu de unos arquitectos.
La Generación del 25 no se puede entender como una generación definida y concreta, ya que, a diferencia de la generación del 27 (movimiento en el que algunos autores encajan a la del 25) no surgió como algo organizado por un hecho concreto. Más bien fue un cúmulo de intenciones por parte de unos arquitectos de principios de siglo, casi todos ellos vinculados a la Escuela de Arquitectura de Madrid (la ETSAM, casa de un servidor) de adoptar esta nueva corriente e integrarla, a poder ser con el estilo propio del lugar. No olvidemos queridos lectores, que el arte no es como la ciencia, que es un “saber” atemporal y ageográfico. El arte tiene un lugar y un momento, si no, está renunciando a su condición humana, algo de lo que se libra la ciencia (para bien y para mal) y que algunos de los miembros del CIAM no supieron entender.
Esta arquitectura propia de un clima de rebeldía tiene como principales exponentes el Rincón de Goya en Zaragoza (considerado el primer edificio propiamente moderno de España), La Gasolinera de Petróleos Porto Pi (Imagen) y los Albergues de Carretera (Actuales Paradores). Mientras que los principales exponentes fueron Fernando García Mercadal, Juan de Zavala, Rafael Bergamín, Luis Blanco Soler, Luis Lacasa Navarro, Agustín Aguirre, Eduardo Figuerroa y algunos “entendidos” meten a Luis Gutierrez Soto, del que hablaremos después. También se han incluido a veces a gente cercana a los citados pero con gran diferencia de edad frente a estos como el gran Secundino Zuazo (La Casa de las Flores). Vamos a analizar a unos pocos y a la GATEPAC (El resto son también recomendables y les recomiendo que busquen sobre ellos)
Fernando García Mercadal fue el mayor exponente del movimiento. De familia burguesa, estudió en la ETSAM donde tuvo un expediente brillante por su enorme conocimiento sobre la arquitectura historicista. Este conocimiento le llevo a Italia y de allí fue al norte a conocer al arquitecto de la Bauhaus Peter Behrens, el cual le “convenció” de hacia dónde debía de tender la arquitectura. Este, volvió a España convencido y publicó en una revista el que está considerado el “manifiesto de la arquitectura moderna española” (Los manifiestos eran el curriculum vitae de la época, todo el mundo se hacía el suyo. Tan bueno no sería, cuando los únicos que los han conservado, hoy en día, son los partidos políticos e Ikea)
Su gran obra, el ya citado Rincón de Goya. Esta gran e infravalorada obra es un ejemplo perfecto de arquitectura moderna, pero conserva un toque regional que la hace única. El estilo internacional, deja de serlo (¡Y en 1928!). Con formas volumétricas muy lecorbusierianas, integra paramentos de ladrillo como elemento de arquitectura popular, regional y económica. Parece que esto de primeras choca con el movimiento moderno. No es si no mentira, el propio Le Corbusier usaría ladrillos y bovedillas posteriormente, con salirse de la modernidad. La ruptura con “lo clásico” no era total, lo lógico era conservar elementos populares, que casi siempre eran más pragmáticos (curiosamente los seguidores acérrimos del movimiento moderno posteriores, sobre todo los actuales, solo cogieron la etapa purista de los CIAM, algo totalmente absurdo). El edificio está levantado con estructura de hormigón y muros de ladrillo revocados y cubierta plana. Consta de tres cuerpos de alturas y espacios desiguales, reflejando su disposición interna. Un cuerpo bajo y corrido unifica todos los volúmenes gracias a un pórtico adintelado que se rompe en el punto de acceso, o mejor dicho, se rompía. El edificio ha sido modificado y maltratado hasta el extremo (¡en ese tipo de cosas, España nunca falla!)
Posteriormente Mercadal trabajaría para Zuazo (que un arquitecto trabaje para otro después de haber hecho una gran obra es impensable hoy en día, si hubiese sido de la quinta de los 70-80, le teníamos en la ETSAM exponiendo su ego con un jersey negro de cuello alto y unas gafapasta (y seguramente no haría otro proyecto en años)). Fundaría, además de la Asociación de Amigos de la Unión Soviética, la GATEPAC, de la que hablaremos ahora. Fue invitado también a los CIAM y consiguió que Le Corbusier diese una serie de conferencias en la residencia de estudiantes de Madrid (en plena generación del 27). Tras la guerra cometió el triste error de no emigrar (si lo hubiese hecho, quizás se le estudiaría en las escuelas de arquitectura) y se quedó en España, sin título, por su condición de comunista. Apenas volvió a ejercer la profesión y nunca volvería a ser de manera destacada.
El GATEPAC (Grupo de Artistas y Técnicos Españoles para el Progreso de la Arquitectura Contemporánea) se fundó, en 1930, con el objetivo de ser la rama de los CIAM en España y promover la arquitectura moderna. Fundado por José Manuel Aizpurúa, Bonet i Castellana, Mercadal y Josep Lluís Sert entre otros, tuvo una gran actividad, en especial en los años de la Segunda República, donde el contacto de algunos miembros con el gobiernos les permitió realizar proyectos para el estado. Su principal actividad (y legado) fue sin embargo la revista A.C. Documentos de Actividad Contemporánea. Tuvo tres secciones la catalana (GATCPAC, el más activo de los tres), la del norte (principalmente vasco) y la del centro (localizado sobretodo en Madrid). La victoria del bando nacional obligó a exiliarse a la mayoría (Sert fue a EEUU y logró cátedra en Harvard). Su legado fue censurado por el régimen hasta los 50, que fue rescatado del olvido por el gran Oriol Bohigas.
Uno de los miembros del GATEPAC que también tuvo que exiliarse fue Rafael Bergamín Gutiérrez. Malagueño de nacimiento, su obra se desarrolló especialmente en Madrid. Tertuliano muy habitual de la “Sagrada Cripta del Pombo” de Rafael Gómez de la Serna. Colabora con Luis Blanco Soler (también de esta generación) en la realización de obras en La Ciudad Universitaria. Su mejor obra, sin duda, es la Casa del Marqués de Víllora (1928) en Madrid, otro de los grandes ejemplos de arquitectura moderna española, pero con un toque menos frío y más humano que los que se realizaban en otros países.
La otra gran obra de este movimiento que nos falta por analizar es la gasolinera de Petróleos Porto Pi (1927) de Casto Fernández Shaw. No entraré a analizar el significado que muchos le asignan a la torre de “homenaje a una torre vigía por sus adornos referenciados” porque es algo muy rebuscado y casi ridículo. La torre sí que forma parte de un conjunto bien cohesionado y construido, con un sistema constructivo de losa que vuela en todas direcciones impecablemente ejecutado. La gasolinera fue derribada por CAMPSA, pero, por suerte el ayuntamiento les obligó a reconstruirla tal y como estaba, algo que se cumplió a medias (¡This is Spaiiiiin!)
Todos estos arquitectos tuvieron a un profesor en común: Secundino Zuazo, una auténtica leyenda en la Escuela de Madrid (el Oiza de la generación pre-Arana, los que hayan estudiado allí me entenderán perfectamente). Arquitecto y urbanista, empezó en 1912 a hacer edificios historicistas de corte romántico (para los no puestos en la materia, es el estilo en el que trabajaba Gaudí). Acaba impregnándose de los cambios que empezaban a surgir en el resto de Europa y ya en los años 10, antes que la época “clásica” del Movimiento Moderno, empieza a adoptar principios racionalistas, pero tambien vinculados a lo económico y lo popular, logrando conjuntos interesante y novedosos, más por su extrema sencillez que por otra cosa. En 1932 realizaría un hito de la arquitectura madrileña, la Casa de las Flores. A caballo entre el lenguaje racionalista y el popular, incorporaba muchos elementos con criterios meramente pragmáticos, simples y muy eficaces, entre ellos un patio central que se procuró que se conservara (al contrario que en casi todas las manzanas de Salamanca y Arguelles) y una terraza habitable, con zonas porticadas para fiestas de vecinos con vistas a la capital (emborracharte en las alturas y en un edificio mítico es una cosa “mu buena”) Si viven o pasan por Madrid no olviden ir a visitarlo, e intenten colarse dentro probando suerte en los telefonillos (la mayoría de sus habitantes son arquitectos y no les importará).
Posteriormente colaboró con el gran ingeniero (sí, un ingeniero y un arquitecto colaborando… snif… en aquella época cada uno respetaba el trabajo del otro…) Eduardo Torroja (para los infieles de la arquitectura, el abuelo de Ana Torroja, cantante de Mecano) en uno de los mejores edificios de la época, el destruido Frontón Recoletos (ya hablaremos de él en otra entrada). Antes de la guerra, inició los Nuevos Ministerios. Pero le pilló la guerra y estos se finalizaron con otro arquitecto que introdujeron elementos típicos de la arquitectura fascista y hitleriana. Cuando regresó a España, muchos años después, se centró en el urbanismo y diseñó el trazado de la Castellana.
Ya que hemos comentado un caso particular, que forma parte de la generación del 25 por los pelos (ya que se saldría por la edad), hablaremos de otro caso particular, Luis Gutiérrez Soto. Este arquitecto madrileño empezó como un gran representante del racionalismo (o modernismo, como ustedes prefieran) en nuestro país. Suyos son el cine Callao (1926), el cine Conde Duque (1926), el cine Barceló (1930, actualmente es la discoteca Pachá (ahora sí que os suena, ¿eh, pillines?)), el cine Montera, cine Atocha,… Se le conocía por todos ellos: “el arquitecto de los cines” (¡que derroche de originalidad!). También realizó en esta época el primer Aeropuerto de Barajas (1930) y la mítica piscina de la Isla del Río Manzanares (1931, desaparecida, en Príncipe Pío, lo más parecido a una playa que ha tenido Madrid capital).
Gutiérrez Soto, al contrario que la mayoría de sus colegas arquitectos fue del bando nacional. Tras la guerra, absorbió las ideas del régimen (de forma que llegó a ser más franquista que Franco) y se desvinculó del movimiento moderno para empezar a realizar obras de corte herreriano (de Juan de Herrera, arquitecto del Escorial. Sí amigos, con Franco se retrocedió casi 5 siglos,… y eso no hay pantano que lo justifique…) y realizó el Ministerio del Aire (el adefesio que vemos todos los día en Moncloa… esos edificios son más recientes que Pachá… a mí también me cuesta creerlo…). Se afilió a falange y se codeó con la alta sociedad de la época (un Joaquín Torres del momento). A mediados de los 50, volvió el movimiento moderno entre las nuevas generaciones de arquitectos y Soto volvió a sus orígenes artísticos (ya sabéis lo que se dice, lo mejor es ir “por el camino que se vea más trillado”)

Hasta aquí nuestro pequeño acercamiento hacia una generación que desgraciadamente no ha tenido el reconocimiento que se merece (ni si quiera dentro de la profesión donde se cogen pequeños matices sueltos, en vez de entender el conjunto en su época) ni probablemente lo vaya a tener. Pero no se puede entender la arquitectura que vino después sin este pequeño acercamiento al racionalismo que se hizo en los años 20-30 y que aunque no estuvo a la altura de sus homólogos europeos, si que tuvo pequeños matices que adelantaban lo que iría a pasar muchas décadas después (por una vez que vamos por delante, ¡no nos damos cuenta!)


Escrito por RyR para el blog Las Dos Sombras

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